sábado, 14 de agosto de 2010

DOS O TRES COSAS QUE SE...


Tras la asunción de Juan Manuel Santos como nuevo presidente de Colombia, un atentado en Bogotá puso en crisis las expectativas de diálogo por la paz. Una historia que se repite.

Jueves 12 de agosto. 05.27 hora Bogotá. La ciudad aún duerme. Un Chevrolet Swift gris modelo 94 cargado con 50 kilogramos de explosivos estaciona sobre la Carrera Séptima, entre las calles 66 y 67. Pleno centro bogotano. Instantes después, la explosión. Un teléfono celular es usado como detonador a control remoto. Hay heridos. La sede de la emisora Caracol Radio es dañada, así como varios edificios cercanos al estallido.

El flamante presidente Juan Manuel Santos, quién viene de recomponer relaciones diplomáticas con Venezuela, acude raudo al sitio. Repudia el hecho y ratifica la llamada política de “seguridad democrática”, el principal logro de su antecesor Álvaro Uribe.

Voces dentro del gobierno se apresuran en responsabilizar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Sin embargo, desde diversos sectores advierten que el atentado podría intentar bloquear las posibilidades de un diálogo entre el nuevo gobierno y la guerrilla.

TODOS JUEGAN FUERTE

En agosto de 2002 Álvaro Uribe Vélez asumía la presidencia de Colombia entre explosiones de mortero y cohetes rockets. Una veintena de muertos, decenas de heridos y un marcado clima de miedo prefiguraban el desarrollo de una nueva etapa.

El ataque fue ejecutado por las FARC, y allí, en las calles de Bogotá quedó sepultada toda expectativa de diálogo entre el nuevo gobierno y la guerrilla.

Comenzaba una etapa de durísimos enfrentamientos entre el ejército y los insurgentes.

En 2006 Uribe volvió a ganar las elecciones y su segundo mandato se inició el día de su asunción con un mega operativo de seguridad que no pudo evitar la explosión de varios coches-bomba. Otra vez la violencia encontraba a Álvaro Uribe al mando de la nave del Estado.

El suceso fue capitalizado políticamente por el gobierno, quién acusó prematuramente a las FARC y revalidó así su política de ataque a la guerrilla. La “seguridad democrática”.

Pero esta vez, el ataque no fue reconocido por las FARC. Fue el propio ejército quién debió hacerlo tiempo después. Al menos dos de sus efectivos estaban implicados en los “auto-atentados” de esa jornada.

Pero estos dos sucesos son sólo ejemplos de una mecánica que se repite. A mediados de los ochenta, el diálogo entre la guerrilla del M-19 y el gobierno saltó por los aires cuando el ejército acusó a los insurgentes por el derribamiento de un helicóptero.

Unos años más tarde sucedió lo mismo en el muy mentado San Vicente del Caguán, con el famoso caso del “collar bomba”. El diálogo de paz fue saboteado mediante actos criminales, de dudosa autoría. Tal como lo reconoció el gobierno del entonces presidente Andrés Pastrana, las FARC no habían colocado el explosivo en el cuello de la campesina Ana Elvia Cortés, muerta por la detonación.

ES LA GUERRA, ESTÚPIDO

Hay que resaltar que existen sobrados elementos para desconfiar de quienes acusan a las FARC por el atentado del jueves pasado a Caracol Radio. Pero existen también antecedentes que indican lo contrario.

Lo cierto es que luego de las palabras de asunción del presidente Santos, las expectativas –aunque moderadas- de un posible diálogo de paz en Colombia habían renacido.

Incluso UNASUR se había posicionado como una posibilidad, a la hora de fomentar un proceso de este tipo.

Tras la explosión, quiénes querían escuchar de boca del propio Juan Manuel Santos una ratificación de la política uribista de “seguridad democrática” tuvieron su primer éxito.

Quienes querían la continuidad del discurso belicista, escalaron posiciones en la consideración pública. Se produjo una suerte de uribización del clima político.

Nada bueno puede resultar de allí.

En principio, en la balanza de los sucesos trascendentes encontramos dos hechos: Por un lado, un gesto diferente en la política exterior demostrado en el relanzamiento del vínculo bilateral con Venezuela.

Por otra parte, una fuerte tensión hacia lo interno a la hora de definir una política de seguridad que abra el paso al diálogo de paz, o que lo obstruya.

Dos indicios importantes para atender a la hora de analizar la situación colombiana, y una pregunta:

¿A quién le conviene la continuidad de la guerra?

Acá les dejo al concejal de Bogotá Jaime Caicedo, del Polo Democrático Alternativo.

sábado, 7 de agosto de 2010

BUENA LETRA


Qué dejó el discurso de asunción del nuevo presidente colombiano Juan Manuel Santos

Algunos apuntes rápidos:
Habló 56 minutos.

Dedicó los primeros 27 minutos a temas políticos y económicos locales (medioambiente, planes de desarrollo, desempleo y pobreza, gobierno de unidad nacional, calidad institucional y un largo etcétera)

Después le dedicó 6 minutos a hablar de la violencia. Fue severo y reivindicó lo hecho (por él mismo) pero no cerró la puerta al diálogo, aunque condicionado al desarme de las FARC.

Fijate acá:



Acto seguido, como era lógico, habló de Uribe. Le dedicó solo 3 minutos (le tiró flores), pero se diferenció. Una cosa fue la “seguridad” democrática de Uribe. Ahora viene la “prosperidad” democrática que traería su sello propio. ¿Etapa superada? Además, pillo, punto seguido habló de corrupción. Un tema que fue complejo para el ahora ex presidente Don Álvaro.

Eso acá:


Por último, le dedicó 7 minutos a hablar de la relación con países vecinos y la integración regional. Hizo gestos de buena vecindad, le tiró una onda a Chávez expresamente para juntarse a dialogar (Chávez ya le había mandado a su Canciller como gesto “de ida”) y dijo que no tenía "enemigos" entre sus colegas presidentes. O sea, hizo la tarea que los mandatarios presentes le habían pedido.

Ahí:


Al finalizar habló unos pocos minutos más de la vida, los DDHH (tema complejo para el gobierno colombiano) y una arenga final a la ciudadanía.

O sea, lo que se esperaba. No desentonó. Se mostró dialoguista, moderado y abierto. Fue seguro en el discurso y no le pidió permiso al ex presidente para hacerlo. Creo que este punto es clave. Habló poco y nada de Uribe. Hizo todo lo posible por diferenciarse. ¿Se lo quiere limpiar?

¿Aló Juan?


Todo el mundo escribe hoy sobre la asunción de Santos en Colombia. Bien ahí. Me exime de decir algo demasiado elaborado.

Además hoy empieza el apertura 2010.

Recomiendo editorial de diario El Tiempo acá
Y también esta nota de El Espectador, el otro diario importante de Colombia.
Otra puede ser esta de la revista Semana.

Obviamente, periodismo establecido. Hay que leer con el mismo filtro con el que uno lee sobre política local.

Y si quieren saber la posta me escriben y les mando el Panorama Latinoamericano que hacemos en la 530 a diario.

Por lo demás, se especuló mucho acerca del perfil de Juan Manuel Santos. Nosotros también lo hicimos en otras notas de AMLAT. Pero lo cierto es que habrá que esperar.

En política interna cabe la continuidad del uribismo en diversos aspectos. Es lógico. Ganó el oficialismo. Sin embargo muchos hacen notar que se acabó la época de la guerra contra las FARC y que llegó el momento de la gestión. Calidad institucional, desempleo y pobreza en el centro de la escena.

Pero a nosotros ahora nos importa la política exterior de Bogotá.

La pregunta fundamental es sobre el rol de Colombia en el proceso de integración regional.

La presidencia de Álvaro Uribe fue claramente obstructiva. Bombardeo a Ecuador y Bases Militares son botones de muestra. Plan Colombia, y TLC con EEUU –ambos complicados hoy en día- completan el cuadro de un “mal vecino” que duró toda una década.

Por eso la presencia de la inmensa mayoría de los Presidentes en la asunción de hoy es un gesto clarísimo de buena voluntad (no exento de cierta presión).

Se esperan cambios. Cambios que Colombia no puede no dar si pretende subirse al tren de los beneficios, al menos comerciales, del proceso de unidad regional.

Bajar la tensión y convivir es el primer objetivo. Después es tarea de UNASUR ofrecerle a Colombia una política de contención que le permita un progresivo alejamiento de Washington con cobijo en una alianza regional.

Un balance que hoy por hoy a Colombia le rinde con resultante en Norteamérica. Hay que poder dar vuelta ese cálculo. ¿Gratis?. No. Alto desafío.