viernes, 25 de abril de 2014

La Perla del Oriente (Crónica desde Shanghai)

Empecemos por acá. Hermosísima galería de fotos
El río Huangpu divide a la ciudad en dos. De un lado Puxi, la ciudad tradicional, y del otro Pudong, la zona financiera. Entre las dos albergan 25 millones de habitantes. La primera vez hay que caminar Shanghai de noche. Pararse en el malecón, y tener una panorámica de Pudong, la parte nueva de la ciudad sobre la ribera este. Ahí están la Perla del Oriente -una suerte de versión futurista de la Torre Eiffel- junto al gigantesco Centro Financiero Mundial, con algunos de los edificios más altos del planeta. Sobre el agua el reflejo de las luces completa el perfil más conocido de Shanghai: una postal vanguardista, al gusto de occidente.

Cada día, miles de turistas con sus teléfonos envían esa imagen por las redes sociales. Incluso las parejas locales eligen “el Bund” -como lo llaman los chinos- para sus paseos románticos. Allí el contraste es impactante: de un lado los rascacielos de la zona financiera, del otro los edificios Art Decó del malecón.

Por eso la ribera es una postal casi obligada para los siete millones de visitantes que recibe la ciudad anualmente, haciendo de Shanghai uno de los destinos turísticos más visitados del mundo.  

UNA CIUDAD GLOBALIZADA

 A decir verdad, hace más de doscientos años que Shanghai es el lugar deseado por los occidentales. Las potencias europeas buscaron obsesivamente instalarse en su costa durante el Siglo XIX. La imaginaban como el puerto de entrada para sus productos en el mercado chino. De hecho, la ciudad fue rehén de un tratado firmado con Londres tras la Guerra del Opio en el que se le impuso una apertura comercial y diplomática que había sido rechazada por las dinastías chinas hasta ese momento, convirtiendo a Shanghai en el territorio más occidentalizado del Imperio. Pero ese rol sucumbió con el triunfo de los revolucionarios en 1949.

En la actualidad, la llamada “apertura” del régimen chino volvió a colocar a Shanghai en el centro de la escena, convirtiéndola en su motor económico. Ahora en sus calles conviven empresas globales como General Motors, Samsung o Apple con gigantes locales como Sinopec o el ICBC. A la hora de los negocios, la Perla del Oriente muestra su perfil más globalizado, lo que la emparenta con otras grandes ciudades del mundo.

Y es tal vez por eso que el visitante que recorre medio mundo hasta llegar a China se sorprende por las similitudes. Uno llega prevenido, preparado para lo exótico. Pero los lentes de sol ocultan los rasgos de los oficinistas y Pudong podría ser Buenos Aires, Río de Janeiro o Nueva York. Los jóvenes se pasean con sus auriculares flúo, los locales de comida rápida son los mismos de siempre. Incluso los kioscos de diarios venden la versión local de la revista “Hola”.

Pero nadie viaja 20 mil kilómetros para sentirse en casa, y esta ciudad por suerte nos ofrece una interesante mixtura entre la tradición y la actualidad.  

PASEO POR NANJING

Por las tardes, decenas de ancianos se juntan en la peatonal Nanjing para bailar. Uno puede ver un grupo de unos 30 cada doscientos metros. La mayoría son mujeres, que en varias filas ocupan una buena parte de la calle. Por impericia, este cronista no puede acreditar a ciencia cierta si se trata de un baile, un arte marcial, o si simplemente son un grupo de viejos haciendo ejercicio al aire libre. Se mueven juntos en una especie de coreografía, guiados por un profesor al frente. El codo toca la rodilla contraria, luego giran y extienden ambos brazos, lentamente, al ritmo de la música. Algunos turistas se detienen para verlos y sacar fotos. No hace más de 30 años bailar estaba mal visto. Se lo consideraba un rasgo decadente de la cultura occidental y era penalizado. Pero esa era otra China. Ahora un grupo de viejos baila en Nanjing junto a una pantalla electrónica que intercala ideogramas con Coca-Cola.

Es el centro comercial de la ciudad, y uno de los paseos inevitables para el recién llegado. Los shoppings y las grandes marcas están en Nanjing, que se extiende desde el río Huangpu hacia el oeste. Es una peatonal ancha y muy concurrida, iluminada por centenares de pantallas de leds. Cuando cae el sol, turistas y shanganeses la recorren para hacer compras y uno debe lanzarse a caminarla munido con su cámara de fotos. De pronto, alguien improvisa un escenario, y micrófono en mano, convierte cualquier esquina en un karaoke público. Nanjing es una peatonal impactante, y sin dudas simboliza el auge consumista que está instalado en la ciudad.  

VENECIA EN SHANGHAI

Pero no todo son leds en la más prominente ciudad China. Miles de años de historia no pueden opacarse tan fácil. A poco más de 40 minutos en micro desde el centro está Zhu Jia Jiao, una de las llamadas Ciudades del Agua, ubicada en el delta del río Yangtz. Es una aldea antigua construida hace más de 600 años durante la Dinastía Ming que está atravesada por una serie de canales que pueden cruzarse caminando mediante puentes arqueados de madera y piedra. Por debajo, góndolas antiguas surcan el agua guiadas por barqueros de pié.

La imagen es tentadora. Es domingo al mediodía y el sol brilla sobre el río. Un gondolieri shanganés guía su barca y pasa bajo el puente, silencioso. Desde algún local cercano, una tonada tradicional china le pone un ritmo suave al murmullo de los visitantes que recorren los pasajes. Uno quisiera decir “parece Venecia”, pero sabe que las comparaciones son odiosas, aunque imprescindibles. Digamos mejor Zhu Jia Jiao no parece Venecia. En la orilla, casas de té, restaurantes y locales de artesanías regionales completan un cuadro dominado por la arquitectura tradicional de las Dinastías Ming y Qing: grandes casas con fachadas en madera y techos en punta, galerías adornadas con faroles y lámparas de papel.

 El paseo en bote vale 60 Yuanes (unos 10 dólares). Pueden subir hasta seis personas. Junto a la boletería, un joven vende cangrejos por unidad. Saca uno del balde y lo aprieta con la mano izquierda. El bicho se sacude, intenta resistirse, pero finalmente contrae las patas y las repliega contra el caparazón. Con la derecha rápida, el muchacho le da cuatro o cinco vueltas con un piolín y lo deja atrapado, empaquetado. Lo tira en otro balde y vuelve a empezar.

 PERLA ORIENTAL

 En 1995 la ciudad inauguró uno de sus símbolos principales: la famosa Torre Perla Oriental de 468 metros de altura. En su interior se instalaron el Museo de Historia de la Ciudad, un shopping, un restaurante giratorio -a 260 metros- y una antena de TV.

 Pero lo que verdaderamente llama la atención del edificio es su diseño. Una especie de Torre Eiffel futurista, que se levanta frente al río Huangpu destacándose ampliamente por sobre las construcciones vecinas, audaces sin duda, modernas, pero que no salen del canon. La Perla es una torre que parece importada de una película de ciencia ficción de los años 30, dorada y cilíndrica, como una nave estilo Flash Gordon.

Sin embargo, sus diseñadores aseguran que se inspiraron en un antiguo escrito chino conocido como Pipa Xing, un verso romántico de la Dinastía Tang. En él, un manojo de perlas caen sobre un recipiente hecho en jade. De ahí vienen las esferas grandes y pequeñas que adornan la construcción y que funcionan como miradores a diferentes alturas. Desde ahí, al caer el sol, Shanghai es un plano extensísimo de luces diminutas.

Para el visitante que viene llegando, la Perla del Oriente es el toque distinto de esta ciudad inmensa y graciosa. Para el viajero que se va, la torre es la llave para volver a recorrer en la memoria una ciudad bellísima. Igual traigan cámara de fotos.

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