sábado, 11 de diciembre de 2010

Apuntes sobre la "Inmigración descontrolada"

Creo que en términos generales Argentina nunca fue una cultura xenófoba. Es evidente que existen episodios o situaciones que deben ser atendidas, sancionadas, modificadas, pero dudo que pueda imputarse al argentino medio como “racista”. ¿Y al porteño? Creo que tampoco, aunque existe un discurso laxo, superficial, que tiende a la calificación, a la estigmatización. Eso es cierto. De todos modos, difícilmente el mal ejemplo de Mauricio Macri represente el sentir de la mayoría.


Sin embargo azuza sentimientos incivilizados, intolerantes e incluso criminales de una parte de la ciudadanía. Eso se vió claramente.


Al respecto propongo una brevísima relectura de este tema, pero antes quiero decir esto: Hay algo ridículo desde la política, más allá de la imputación ética insoslayable sobre sus comentarios xenófobos: Mauricio Macri es un tipo con aspiraciones presidenciales y es a la vez el Jefe de Gobierno de la ciudad más cosmopolita de la Argentina.


Además, el nuestro es un país pionero en políticas migratorias y de integración latinoamericana, esto último se vió en las últimas dos décadas, con el impulso al MERCOSUR y luego a la Unasur.


Los sueños del Macri presidente no pueden, o no deben, estar divorciados del inevitable proceso integracionista regional. Hasta Piñera y Santos lo entendieron.


Me parece que Macri no solo causó una mala impresión en la embajada estadounidense, sino que ahora encima la pudrió con las latinoamericanas.


Pero bueno, quería escribir esto, trazando una línea más o menos arbitraria:


Por lo menos desde hace 150 años, Argentina ve reaparecer la temática de la inmigración. Y es lógico, en un país con altísima composición ultramarina. Sin pretensión erudita, me parece que la discusión reaparece en distintos registros, más o menos regularmente. En esta última oportunidad, en una clave verdaderamente lamentable.


A mediados del Siglo XIX, J.B. Alberdi proponía un “trasplante” racial-cultural, una suerte de modificación genética para la ciudadanía local. Buscaba un salto cualitativo en el desarrollo político y productivo de la Nación. Evaluaba negativamente a los criollos. La propuesta alberdiana fue política inmigratoria del Estado con resultados interesantes, ricos, vivificantes y polémicos para la sociedad. El extranjero venía a traer la civilización. La inmigración aparecía en clave biológica.


Algunos años después aparecía la reacción. Hacia finales del Siglo XIX, Miguel Cané, se lamentaba por los resultados obtenidos y pedía resguardo para la cultura aristocrática local. Se sentía avasallado por una especie de materialismo importado. El ansia de riquezas lo invadía todo. El espíritu retrocedía frente al dinero. El mundo del trabajo era cuestionado por las elites. “Cerremos el círculo y velemos sobre él” escribía decepcionado frente a la amenaza. El cuestionamiento al inmigrante era cultural.


Más tarde, en las postrimerías del Centenario, la organización política de los inmigrantes europeos se había convertido en el fantasma que quitaba el sueño de parte de la clase gobernante. Los inmigrantes eran “agitadores” socialistas o anarquistas. “A la discordia nos la han traído de afuera” escribía Leopoldo Lugones, preocupadísimo en 1923. El debate era acerca de la organización de la sociedad. Aparecía la disputa por la representación de los trabajadores, en su mayoría extranjeros. Era la disputa por el poder. El cuestionamiento era político.


Después el enemigo estuvo dentro. A mediados de siglo eran los cabecitas negras, los sindicalistas, después los comunistas, los subversivos. O el peronismo. El hecho maldito condensó el lugar del miedo. (los judíos también ocuparon ese espacio, aunque merece un tratamiento aparte)


El enemigo volvió a estar fuera recién hacia finales del Siglo XX, en los años 90, con la crisis. “La invasión silenciosa” graficaba el arrebato de los inmigrantes sobre el mercado laboral argentino, devastado. Los bolivianos, los paraguayos, los peruanos, venían a quitarnos el trabajo. Ellos también eran un agravante de la crisis. Allí la imputación era económica.


Y hoy el fantasma reaparece de la mano de Mauricio Macri. Es la inseguridad, la delincuencia, el delito lo que viene de afuera. El mal de la época, otra vez, en el cuerpo del inmigrante. Macri asocia el delito a “lo extranjero” y alienta una política inmigratoria policíaca. Ahora la inmigración aparece en clave delincuencial, normativa.


En definitiva, Macri se sube a un mecanismo típico, pero que parecía ya superado. Le imputa los miedos al extranjero. De todos modos sorprende (o no?) la reacción de una parte de los porteños, que acompaña ese discurso. Sobre todo pensando en una ciudad que apoyó ampliamente el matrimonio igualitario.


Que este discurso xenófobo no implique “nada nuevo”, no signifiqua que no hable de la incapacidad del Jefe de Gobierno. Incapacidad, ética, política y administrativa.


Sería curioso, ver hoy, en Buenos Aires, una marcha de las colectividades en contra del Jefe de Gobierno. Creo que incluso sería una buena idea.


No hay comentarios: